(…) Luego que tomo un poco de confianza, Ton Ton confeso sus dudas a Lai Chú:- Hace largos años que intento interpretar, tanto el Tao Teh King como las enseñanzas de mi maestro Pu Yi. Cada vez sé menos.
- Quizá porque estás cada vez más cerca.
- Tal vez, pero por momentos se me ocurre que cuando siento que estoy cada vez más lejos, simplemente sucede que cada vez estoy más lejos.
- Debes estar muy cerca, sin embargo.
El discípulo puyista pareció no haberlo escuchado y expreso una duda que, con seguridad, lo agobiaba desde hacía mucho:- ¿Porque cómo podría yo vivir de acuerdo al Tao si fuese comerciante minorista, por ejemplo? Decir que eso no tiene importancia pues yo no soy comerciante minorista es hacer trampas.
- Por favor, explícame tu duda –pidió Lai.
- Bien. Conocí a un hombre dueño de un hermoso jardín. Sé que ama a los pájaros pues siempre les arroja alimentos y ellos, sin temerle para nada, descienden en bandadas de los árboles no bien le ven aparecer. Este hombre tiene, pues, la pajarera mas rica, grande y surtida que la que tenia el difunto emperador Nan. La jaula no se oxida ni necesita limpieza y es tan intensa como el propio mundo. Nadie es prisionero y los pájaros entran y salen como se les antoja. Hasta puso bebederos y bañaderas para que los disfruten por completo los días de calor. Ese hombre tiene una relación taoísta con las aves. A esa parte de la doctrina la entiendo. Lao Tsé dice que cuando uno exhibe oro y jade en su propiedad, a la vista de los codiciosos, las riquezas no están seguras. El hombre sabio viste andrajos pero lleva jade oculto tras esa ruin apariencia. Si afilas mucho una espada el filo durara poco, el que se muestra a si mismo no es luminoso, etcétera, etcétera. Todo eso ya lo sé. El maestro prueba la sabiduría de similar imbecilidad, la riqueza de aparentar pobreza, la infinita magistratura de pasar por iletrado. Si yo quisiera y usted tuviese paciencia podría hablarle toda la tarde y la noche y la mañana de mañana, de taoísmo, sin parar, y usted estaría encantado de cuan buen discípulo soy y que bien aprendí la lección. Puedo también hablarle de mi maestro Pu Yi y su doctrina de la limpieza sucia de las Puertas del Cielo donde jamás entrara ninguna manija así venga lanzada por el hechizo de un brujo diablo extranjero. Podrá o no compartir usted la sabiduría de Pu Tsé. Pero ciertamente estoy capacitado para hablar de ella. Ahora bien, según me cuentan, en la región de Yunnan hay un pájaro grande y muy malo, de pico ganchudo y de vivos colores, que si usted lo caza y lo domestica puede aprender algunas palabras en nuestro idioma. “¡Oh, que pájaro inteligente!”, dirá usted, “¡Habla chino!” pero no habla chino. Repite los sonidos sin entender. Si se lo somete a un interrogatorio enseguida se da cuenta. Por ejemplo, Si le enseño a decir “buenos días” y lo saluda en la forma debida, él contesta “buenos días” (aunque sea tarde o noche cerrada). Si le pregunta su nombre, él contesta “buenos días”, y si le dice “honorable pájaro, usted es un imbécil”, él también contesta “buenos días”. Ahí usted entonces comprende que él no sabe chino. Yo soy como ese pájaro de Yunnan. Puedo repetir las cinco mil palabras del Tao de memoria, creo que incluso al revés. Si todas las copias del Tao Teh King se perdiesen, yo podría reproducir los caracteres en su orden y sin falla. Lo mismo respecto de las enseñanzas de Pu Yi Tsé. Sin embargo no lo entiendo. Soy como el abominable parajazo de Yunnan. Si fuese comerciante minorista no sabría que hacer. El comerciante al por menor no puede practicar el ocultamiento de Lao Tsé pues si no exhibe su mercancía no vende. Para no excitar a los ladrones debería tener su comercio vacío y los artículos en trastienda. Si usted pide algo él lo saca y se lo vende. Pero ése es mal método y el comerciante que hiciese esto seria aventajado muy rápido por otros vendedores y moriría de hambre con su mujer y sus hijos. ¿Y por qué? ¿Nunca vio a los hombres trabajar en sus oficios? Yo sé todos los pasaos para cortar la carne y no soy carnicero. También sé fabricar un carro, aunque jamás hice uno, pues cuando era chico era amigo de un hombre que los hacia y le vi la confección de las ruedas (que es lo mas difícil) las lanzas y el cuerpo general. Dónde hay que dejarlo más sólido para que dure. Como hacer para que los ejes guarden centro. Quizá imagine usted que el secreto de la rueda esta en lo rayos, o tal vez en los arcos, pero no es así: el secreto de la rueda esta en su eje. Si éste se encuentra bien centrado: larga vida para la rueda y el carro. De la misma forma me fijo en los comerciantes. No todos los clientes llevan listas de cosas para comprar, porque pocos saben escribir, y deciden o se acuerdan al ver los artículos. Pero aunque usted tuviera memoria prodigiosa, o fuese letrado, y aun suponiendo que no enviara a un sirviente, puede que no recordara algo y al verlo dijese: “¡Oh, cierto, deme vino!”. O trigo, o arroz. De modo que el comerciante minorista, si no quiere arruinarse, debe tener todo a la vista ¿Quiere decirme usted maestro, por favor, como puedo obrar de acuerdo al Tao siendo comerciante minorista?
Lai Chú demoró un largo rato en contestar, tanto que el discípulo puyista creyó haberlo ofendido. Con un gesto lo invito a seguirlo a su casa. (…) Previa reverencia del recién llegado al sudeste pararon al recibo. Las casas japonesas han tomado bastante de las chinas sólo que aquellas son más austeras. (…)
- Tu pregunta no es fácil de contestar. El universo entero esta construido con mentiras. Con mentiras sabias. Todo es escaso y generoso. Siempre falta algo en algún sitio y los alrededores suponen que está, y porque los alrededores suponen que esta es por lo que el todo funciona. El decreto del Tao consiste en ser confucionista cuando hace falta. Los maestros tienen la obligación de pelearse entre sí. Los discípulos de armonizar, ser disciplinados, tolerantes y humildes. Habrás notado que en las escuelas de hoy sucede exactamente al revés: los discípulos se pelean entre ellos y con los de otras escuelas, y entonces a los maestros no les queda otro camino que armonizar. Otro secreto es que el discípulo debe armonizar pero no demasiado. Cuando el discípulo aprende a conciliar pero no demasiado y se pelea con otros discípulos que también ponen en consonancia pero no excesivamente, es que todos ellos se transforman en maestros.
El puyista sintió que le maestro Lai era tan incomprensible como cualquier maestro, cosa que le daba gran tranquilidad, pero que después de todo, no era tan incomprensible, lo cual también le daba una gran tranquilidad. Como lo veía abierto pero lleno de dudas, Lai Chú sonrió con simpatía y agregó:
- Si eres comerciante al por menor, discípulo de Pu Yi Tsé o cualquier otra cosa, deberás solucionar el enigma como cualquier chino del País Central. Aprende de la astucia del hombre común y sé taoísta en lo que puedas y confuciano en el resto.
- ¿Pero eso es hacer trampas?
- No.
Al rato y luego de comer unas pocas legumbres picantes, cuatro cubitos de lechón y un picotazo de radicha en salmuera, Lai prosiguió:
- O si, pero trampas legales, compatible con la vida. El discípulo no debe permitir que el maestro lo destruya. Y a este concepto no tienes que entenderlo como que te estoy invitando a la rebelión. Se trata de otra cosa. Hay que tomar lo mejor de los sabios y, luego de un detenido estudio, aislar o rechazar el resto.
- Lo de rechazar lo comprendo, pero ¿qué significa “aislar”, en este caso?
- Mantener en guardia ciertos conceptos de los maestros, cuando uno todavía no los comprende. Sin abrir juicio ni actuar, hasta que, con el paso de los años, logremos entenderlos mejor. (…) Pero te repito este concepto único: mal taoísta será quien no sea confuciano. Quien siendo confuciano no siga ni respete a Lao Tsé, no respeta ni sigue a Confucio ¿No dice acaso el maestro Lao “a los buenos los llamo buenos, a los malos también lo llamo malos”? Y ya que sabes fabricar carros, te recuerdo que el carro pisa. No té pongas bajo las ruedas. Sé tolerante y humaniza las doctrinas que están rígidas en el papel y endurecidas en los ritos y en las bocas de los dignatarios.
El puyista sintió, por primera vez años, que sus espaldas descansaban. Dijo son juzgar:
- Es una idea notable, aparentemente acomodaticia aunque sé que no es así: ser taoístas cuando nos convenga y, cuando no, confucianos.
- O realistas. Como todo chino.(…)"
Nota del autor del blog: fragmento editado del Capítulo 8 de La mujer en la Muralla (1990), de Alberto Laiseca. La obra narra, en forma novelada, y a través de las experiencias de varios personajes, reales y fictícios, el gobierno del Emperador Ch'in Hsih Hwang Ti, unificador y pacificador de China y constructor de la Gran Muralla. La reproducción se realiza sin ánimo de lucro y con único afán divulgativo.
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