La diferencia entre los atentados de Nueva York y Londres con el de Madrid estriba en la calidad de esa reacción, tanto popular como política. Si en las dos ciudades anglosajonas, tremendamente cosmopolitas (como lo es de hecho Madrid) la ciudadanía cerro filas junto a sus representantes. En Madrid, la unión solidaria apenas duro 48 horas. Lo que duro la de sus políticos, la torpeza de unos y la insidia de otros supuso la mayor fractura de la sociedad española en muchos años, impulsada por la victoria electoral de José Luis Rodríguez Zapatero y la actuación de gobierno subsiguiente, toda una bajada de pantalones frente al terrorismo. De Nueva York salió un informe auténticamente independiente, necesario, clarificador y útil. De Londres, saldrá algo, mas tarde o más temprano, pero tendremos la respuesta a las incógnitas y preguntas que todos nos hacemos. De Madrid tenemos unas conclusiones de la comisión parlamentaria que en su vertiente “recomendativa” son inútiles y prescindibles y en su vertiente “informativa” (en lo que se refiere a la ejecución y autoría de los atentados) insultante para la inteligencia de cualquier demócrata.
Es por eso, que estos días miro hacia Londres preso de una doble sensación, de un lado, el miedo propio de la fragilidad, a pesar de la superioridad moral, de nuestros sistemas político-sociales, de otro, la envidia, envidia porque ojalá la democracia española estuviera a la altura de las democracias tanto británica como norteamericana. Un día no muy lejano, España sufrirá un nuevo ataque terrorista que devolverá a la realidad a gran parte de nuestra sociedad y clase política ensimismada en la política del apaciguamiento. Puede que sea Al Qaeda, puede que sea ETA, o la enésima resurrección del GRAPO, pero habrá un muerto o decenas de muertos que clamaran desde sus tumbas para pedir justicia, ¿a ellos también los harán oídos sordos?.
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