“Como primer presidente de Estados Unidos sentó el precedente que define lo que significa ser un ejecutivo constitucional: fuerte y enérgico, consciente de los límites de su autoridad pero defendiendo las prerrogativas de su cargo. Como escribió un delegado a la Convención, los amplios poderes de la presidencia no habrían sido tan grandes "si muchos de los miembros no hubiesen tenido los ojos puestos en el general Washington como presidente; ellos moldearon sus ideas acerca de los poderes que se le debían otorgar al presidente por la opinión que tenían sobre las virtudes de Washington".Y el ingrediente principal de todas estas cosas era el carácter moral, algo que Washington se tomaba muy en serio y que dio a su poder de decisión una calidad profundamente prudente y a su autoridad una magnanimidad incomparable. "Su integridad era pura, su justicia la más inflexible que he conocido nunca, no había motivos de consanguineidad, amistad u odio que fueran capaces de influenciar en su decisión", observó posteriormente Jefferson. "En efecto, era, en todo el sentido de la palabra, un hombre sabio y bueno, un gran hombre".No es una coincidencia, por tanto, que el legado más importante de Washington llegara en los momentos de tentación, cuando tuvo ante sí la seducción del poder. Dos veces durante la Revolución, en 1776 y nuevamente en 1777 cuando el Congreso se vio forzado a abandonar Filadelfia ante el avance de las tropas británicas, se le concedió al general Washington poderes prácticamente ilimitados para mantener la campaña bélica y preservar la sociedad civil, poderes no muy distintos de los asumidos en épocas anteriores por dictadores romanos. Él cargó con la responsabilidad pero devolvió esa autoridad tan pronto como fue posible.Después de la guerra, hubo llamamientos para que Washington exigiese el poder político de manera formal. En efecto, siete meses después de la victoria en Yorktown, uno de sus oficiales sugirió lo que muchos pensaban que era más que razonable dentro del contexto del siglo XVIII: que Estados Unidos debería establecer una monarquía y que Washington debería convertirse en rey. Un Washington horrorizado rechazó sin más la oferta de forma inmediata considerándolo algo inapropiado y deshonroso, exigiendo que nunca más se volviera a tocar el tema.”
Casi sin excepción, Aznar demostró gran integridad en el ejercicio del cargo, con un respeto a las instituciones y una fe en España como nación y en sus gentes inaudita en nuestro país. Sobre Aznar se levantan más sombras relacionadas con lo que no hizo en materia de reformas que sobre su actitud personal hacia el poder. Podrá criticarse la forma de designar a su sucesor, Mariano Rajoy, pero al fin y al cabo esto sigue siendo un asunto de partido y no tanto de Estado. También se habla sobre su endiosamiento a raíz de la Guerra de Irak, que marcaria la etapa final de su segunda legislatura, pero suponiendo que tuviera que pagar sus errores, ya lo ha hecho con la antipatía de un buen número de españoles y algún que otro repaso de periodistas afines como Losantos y Pedro J.
Pero en todo su magnificencia, teniendo como tenia, un poder tan grande: mayoría absoluta, una economía saneada, un papel internacional cada vez mas destacado,… se mantuvo en la decisión de no volver a presentarse como candidato a la Presidencia. Al igual que Washington, llevaba ya tiempo avisando a propios y extraños de que no aspiraría a una nueva reelección, ni a un poder perpetuo, aunque eso fuera lo que otros muchos españoles quisieran. Como Washington, se resistió a todas y cada una de las maniobras orientadas a convencerle de lo contrario. No funcionaron.
Cuando escuchabamos las alocuciones de Aznar desde el atril del Congreso podía esperarse algo de arrogancia, pero en sus intervenciones institucionales y entrevistas con los medios no era difícil entrever a alguien que creía de verdad en su papel como servidor público. Zapatero, con su cara amable parlamentaria (aunque se le empieza a ver el plumero) demuestra por lo general una arrongacia extrema en la distancia corta. Puede que sea la forma en que llego al poder, en medio del mayor atentado teorrista que hemos sufrido. En las entrevistas que le hacen los medios afines reluce un rencor y un odio soterrado hacia la derecha política que nunca se le vio a Aznar hacia la izquierda, y nada que ver con el fair play washingtoniano, quien debio bregar con los partidarios de Hamilton y Jefferson. Es más se presupone que varios de los ministros de Aznar continuaron políticas de los socialistas (en Economia y Exterior), algunas además contrarias a su propio programa electoral (servicios secretos; pacto con los partidos nacionalistas, Justicia). Por su parte el gobierno de Zapatero se lanzo, desde el primer momento, a la destrucción del legado de Aznar, como paso previo y necesario para destrozar el legado de la Constitución democratica del 78. De la sucesión leal a la transformación institucional y social en toda regla.
Pero volviendo al plano más intimo, el ético, Zapatero no se ha pronunciado sobre sus planes de futuro, no ha dicho que va ha hacer dentro de un tiempo. Está clara su intención de permanecer una legislatura mas, pero ¿solo una? Cuando habla de que el “proceso de paz”, por poner un ejemplo, será largo, no dice si piensa en acabarlo él o lo dejará a un sucesor, de su partido o de otro; si fuese de su mismo partido ¿quién sería ese sucesor? cuando va dejando tras de si a las personas más valiosas que le rodeaban. En cuanto a la ética, por desgracia, Zapatero se acerca más a la orbita de personajes como Chávez o Castro que a la de Washintong.
2 comentarios:
¿Washington'g'?
Ya esta arreglado, sorry. Problemas de no tener contratado un corrector de errores.
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